miércoles, 25 de marzo de 2015

39 AÑOS DESPUÉS




Resulta paradójico que, a esta altura de la historia contemporánea la argentina siga inmersa en la duda de lo que hace ya tantos años llevo a las Fuerzas Armadas de la Nación a tomar una vez más el poder y, en armas asumir el monopolio de la fuerza para enfrentar ese flagelo que fue la guerra contra la subversión.

El relato oficial, engañoso y tergiversado presenta ese hecho como un simple acto de interrupción institucional a un gobierno elegido por el pueblo cuando, en rigor de verdad fue una necesidad frente a una ciudadanía que estaba cansada de tanta muerte y asesinato como el que produjeron la fuerzas armadas revolucionarias, que desde hacía ya varios años venían azotando a la ciudadanía, produciendo muertes, secuestros y abominables hechos terroristas que por casi una década infringieron a la Republica, con la finalidad a derribar las instituciones y enquistarse en el poder.
“Jóvenes idealistas” se dio en llamar a esos insurgentes que, a punta de fusil, pretendían destruir a la nación, entrenados en Cuba, con una audacia que no tiene parangón en la historia argentina. 

Recuerdo hoy, como si fuera ayer, la sensación de alivio que cayó sobre la población al conocer que se desplazaba al gobierno de Isabel Perón, incapaz de contener la barbarie subversiva, pese a que ya había dado inicio al Operativo Independencia que tenía en Tucumán su campo de batalla.

Nada justifica las aberraciones cometidas en esa lucha, pero justo es recordar que nuestras FFAA no estaban preparadas para una lucha intestina de esas características y, llegaron a adoptar métodos que resultan hoy aberrantes y que la historia se ha encargado de condenar, no obstante, si esa intervención no hubiera tenido lugar, otro hubiera sido el destino del país y sus ciudadanos.

El gobierno nacional ha utilizado esos errores para construir un relato épico que le es ajeno, con el único objetivo de cooptar a las organizaciones de derechos humanos y construir su poder sobre una base maliciosa y grotesca, sin reparar los daños que el stentismo infringió a la nación y sus ciudadanos.


Nada tenemos para recordar y si algún recuerdo valiese la pena sería tan solo como aprendizaje para que la historia, macabra de ese pasado, no vuelva a repetirse, porque lo único rescatable de esa época son las vivencias de los ríos de sangre que corrieron por todo el cuerpo social de la republica.