miércoles, 19 de noviembre de 2014

CARTA AL PAPA DE LOS SEÑORES JUAN F. RAMOS MEJIA (PADRE E HIJO)


Buenos Aires, 10 de julio de 2014
Su Santidad
Francisco
Citta del Vaticano
Roma – Italia

De nuestra mayor consideración:

Le escribimos con motivo de la respuesta pública que venimos dando desde la Iglesia a la politización de los derechos humanos en la Argentina.

Muchos laicos venimos cuestionando el espíritu de venganza que inspira la política de derechos humanos del gobierno. Los juicios contra la represión de los 70’ se han llevado adelante por una justicia parcial violando garantías constitucionales de un estado de derecho. Entre ellas, el principio de legalidad según el cual el Estado no puede imponer penas de “lesa humanidad”, más gravosas que las que aplican para el homicidio calificado, por hechos que no preveían esas sanciones en su momento;  y el instituto legal de la prescripción u olvido que se sustenta en un principio de sana convivencia cristiana de paz social, máxime cuando se trata de hechos ocurridos en medio de una guerra sucia hace casi cuarenta años.

Es especialmente grave la derogación del principio de inocencia. En estos casos es suficiente una prueba de indicios y no aplica el principio de que debe “demostrarse la culpabilidad más allá de una duda razonable”. A esto se agregan la prisión preventiva en cárceles comunes mientras se sustancian los juicios para hombres mayores que de ningún modo representan un peligro actual para la sociedad y la negativa encarnizada a otorgar el beneficio de la prisión domiciliaria a las personas mayores o enfermas que se otorga normalmente en otros casos, tal como ha denunciado la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia de Argentina. Son presos políticos.

Esta situación inicua contrasta con la plena libertad e impunidad con que los ex combatientes de las organizaciones terroristas acceden a cargos públicos y se vanaglorian de sus actos. Sus víctimas, que fueron muchas e inocentes, no tienen derechos ni ningún reconocimiento público, tal como reclama el Centro Legal sobre el Terrorismo y sus Víctimas de Argentina (CELTYV). No están. No existen.

Los pueblos tienen derecho a darse la paz y perdonarse los horribles pecados de la guerra cuando concluyen sus luchas internas. La experiencia de España nos sirve como ejemplo al igual que la experiencia Argentina luego de la batalla de Caseros que terminó con la guerra civil entre unitarios y federales. Nuestra Constitución Nacional sabiamente contempla el instituto político de la amnistía entre las facultades del Congreso Nacional, que se empleó para pacificar el país con las leyes de obediencia debida y punto final. También contempla el instituto del perdón presidencial o indulto, del que también se hizo uso perdonando a los líderes de uno y otro bando.

Sin embargo, mayorías coyunturales de un gobierno cuyo eje político es la confrontación declararon nulas esas leyes (algo que constitucionalmente no está permitido al Congreso) y esos indultos, pero solamente para un bando, el bando políticamente más débil.

Las víctimas de esta caza de brujas ascienden en la actualidad a mil setecientas familias, pero afectan a toda la población. Hoy, la mentira de los “juicios de la verdad” sirve para presionar magistrados, funcionarios, empresarios y opositores, militares y civiles. Su Santidad ha sido también víctima de una parodia de juicio que lo quiso implicar como partícipe de crímenes de lesa humanidad.

La construcción jurídica que han inventado los terroristas de ayer es que los delitos de los funcionarios estatales son imprescriptibles e in amnistiables, pero para ellos hay olvido y perdón. Esa justicia tuerta no tiene, sin embargo, sentido común ni es entendida así en otras partes del mundo. ¿Qué pasaría en EEUU si sus tribunales dan a Al Qaeda prescripción y perdón, y para George W. Bush y Barack Obama cadena perpetua por los abusos en Guantánamo o por haber ejecutado a Bin Laden sin el debido proceso?


Sin una solución política, la crisis se agrava y se va preparando el caldo de cultivo para un estado totalitario o para una nueva guerra fratricida. Y, la Iglesia en lugar de ayudar pareciera echar más leña al fuego.

Por un lado, se guarda el más absoluto silencio público por la inicua prisión, basada en indicios, que padecen miembros de la Iglesia como, por ejemplo, Jaime Smart (ex miembro de la Cámara Federal que juzgó los grupos subversivos) o, desde hace años, el Sacerdote y ex Capellán de la Policía, Christian von Wernich. Pero, por otro lado, la Iglesia homenajea al sacerdote Carlos Mujica como si fuera prácticamente un prócer cuando lo menos que podemos decir de él es que fue una persona muy discutida y en muchos momentos justificó la violencia armada de los ejércitos guerrilleros como una expresión del compromiso cristiano y fue responsable de que muchos jóvenes abrazaran ese camino trágico. Monseñor Angelelli, ex obispo de La Rioja, es presentado casi como un mártir cuando sabemos no murió por defender su fe, sino accidentalmente según todas las pericias y que también era una personalidad muy discutida por sus posiciones respecto a la violencia armada, a Montoneros y su pertenencia al movimiento de los sacerdotes para el tercer mundo.

Con sus acciones y omisiones públicas el gobierno de la Iglesia Argentina está inclinando la balanza en un sentido que además de injusto es inconveniente para la paz social. Va a contramano del último documento sobre la violencia. Hoy, el bien común requiere de nuestros obispos y sacerdotes que condenen firmemente la violencia de los grupos subversivos, defiendan los derechos de los presos políticos de la venganza de los guerrilleros de ayer y acompañen públicamente a las víctimas de los actos de terrorismo perpetrados por ejércitos clandestinos como montoneros o el ERP.

La sociedad necesita de la autoridad moral de Su Santidad para volver a perdonar, cerrar las heridas y mirar al futuro todos como hermanos en paz y unidad. A veces, daría la impresión que el perdón de Cristo no vino para los que con medios equivocados reprimieron la subversión. ¿Quién lava los pies de estos hombres que son hoy execrados por la sociedad? ¿Pediremos perdón como Iglesia por todos los jóvenes que nuestros sacerdotes alentaron a tomar las armas para construir el hombre nuevo no de Cristo sino de Marx? El momento es ahora, luego será demasiado tarde.

Soy padre de ocho hijos y escribo esta carta en conjunto con mi hijo mayor ya que es en su generación y en el legado que les dejaremos en lo que estoy pensando principalmente. Rogamos a Dios que ilumine a Su Santidad y que tome de esta carta solamente aquello que encuentre valioso y constructivo. Imploramos la bendición apostólica,


JUAN FRANCISCO RAMOS MEJIA (Padre)                                  JUAN F. RAMOS MEJÍA (Hijo)


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