miércoles, 15 de septiembre de 2010

LA REPUBLICA ENFERMA

Asistimos los argentinos a un momento singular de nuestra historia contemporánea, en donde se han traspasado todos los límites de la razón y prudencia, la crispación, como ahora se dice, es una constante en el devenir de la política y todos, opositores y oficialistas están enfrentados en una discusión dialéctica descalificadora que induce al desorden, la falta de autoridad y hasta la instigación a actos de de rebelión.

Ayer, estas conductas nos llevaron a un enfrentamiento sanguinario que dividió a la sociedad entre buenos y malos, a las muertes sin sentido, a la tortura aberrante. No eran las instituciones el lugar adecuado para dirimir los conflictos, no era la ley el paraguas que normalizaba la conducta de los hombres y las mujeres del país, hace más de treinta años, esta alocada actitud de confrontación fue terrible, y aun la llevamos como mochila sobre los hombros.

Los derechos humanos son invocados para justificar cualquier acto de desacuerdo en las conductas de los gobernantes, las palabras son usadas como arengas para la disociación y su mediaticidad la potencian hasta límites inimaginables.

Los derechos humanos han dejado de ser universales para integrar la intencionalidad política de algunos partidos o agrupaciones.

Estamos presos del desencuentro y el enfrentamiento, y estas conductas parten desde lo más alto de la clase dirigente argentina, sin importar color político o estilos de comportamiento.

Desde el poder se ha decidió meter la mano en el balde de estiércol que asolo a la Republica hace ya más de treinta años.

Con este panorama será muy complejo pensar en el futuro y en la generación de políticas acordadas para que la situación de la Republica se encamine, como otras del vecindario a un proyecto común que nos transforme en un país normal, serio con una mirada más larga y estratégica de lo que deberíamos ser con Nación basada en una Republica seria, solida y prospera.

Los extremos son tan amplios, los disensos tan profundos y los estilos tan incontrastables que hacen imposible cualquier acto civilizado de convivencia política y, sobre todo de dialogo serio e intercambio provechosos.

La democracia no es un sistema en donde supuestas mayorías o minorías activas pueden imponer a los ciudadanos condiciones de convivencia parciales y hasta absurdas. Siempre, en todas las épocas hubo jóvenes idealistas que discutían y se enfrentaban por sus ideas, lo que nunca hubo fue una actitud de entorpecimiento y vulneración de los derechos del otro, el respeto a la ley era una regla social compartida, defendida y la justicia su órgano de discusión sobre las conductas.

Hoy, la inseguridad, la rebelión social, la falta de tino y prudencia de los dirigentes hacen caso omiso de esos valores que conformaron a la sociedad aun en épocas de sosiego.

Partidos políticos disgregados, hombres políticos mediatizados con discursos ajenos a los problemas reales y concretos de la sociedad, cuando no de enfrentamiento es lo que la cotidianeidad nos presenta y, desde estas actitudes se está más para destruir que para construir o dicho de otra forma no hay construcción posible.

Ni todo pasado fue perfecto, ni todo pasado es repetible, pero lo que ciertamente percibimos es que esté presente ni construye, ni proyecta, ni genera esperanzas de superación.

Desde la primera Magistratura se incita a la división y hacia muchísimos años que no escuchaba términos como burguesía egoísta, ni cabecitas negras excluidos, insultando y desafiando la inteligencia de la sociedad que no está encerrada en esos conceptos ya perimidos y superados por la realidad social e histórica.

Si la Republica es el imperio de la Ley, la Democracia no puede ser el imperio del desorden y mucho menos el orden patrimonio de las dictaduras o de las derechas inexistentes, todo ello escondido bajo el paraguas de un pseudo progresismo que aliente desde los estamentos diligénciales a las clases dirigentes.

Por lo tanto no hay ni habrá Republica sin Ley y mucho menos democracia sin orden, porque ambos conceptos están vinculados inexorablemente al estado de derecho y, ello es así cuando los conflictos no se dirimen en las calles, los colegios o desde los actos públicos sino en la justicia porque ese es el rol que la Constitución le asigna.

Tampoco puede ser la descalificación a los jueces, sin importar la jerarquía que ostenten, una actitud permanente e irreverente, la Republica los puso allí para la resolución de los conflictos de acuerdo a Derecho y la sabiduría humana genero instancias superiores de revisión que posibilitan o confirmar certezas o enmendar errores.

¿Cómo curamos a esta nuestra Republica enferma? Sin pretender tener la solución final a este mal, debo decir que haciendo leyes que “den a cada uno lo suyo” generales para todos, en esa igualdad utópica que la ley representa y no contra nadie o grupos, que engloben a toda la sociedad, después, cumpliéndolas y tercero aceptando los roles que las instituciones de la Republica funcionen tal como lo manda la Constitución Nacional, así seremos confiables en lo interno, respetados en lo externo y apetecibles para todos aquellos hombres de buena voluntad que quieran habitar, invertir y desarrollarse en el suelo argentino.

La alternativa es muy peligrosa, yo diría inviable en este mundo globalizado en el cual las nuevas generaciones deberán insertarse con educación, información adecuada y con acceso a los avances tecnológicos de las últimas décadas, pudiendo asimilar las nuevas propuestas científicas que a diario se nos presentan, tanto para la producción como para la interrelación humana, considerándolas instrumentos, herramientas de progreso y no dioses de barro que, a la vuelta de la esquina terminan siendo obsoletas. Todavía y por siempre la condición humana estará por encima de los instrumentos y estos deberán usarse para su superación y no para su sumisión.

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