lunes, 8 de noviembre de 2010
El camino de la libertad a 200 años del inicio de la gesta americanista
Autor: Dr. Ignacio A. Uriburu
El germen de la argentinidad los historiadores lo sitúan en la batalla de Perdriel, librada el 1° de agosto de 1806 entre las fuerzas del Gral. Inglés William Carr Bereford y las milicias organizadas en el Pueblo de Luján, bajo el mando de Juan Martín de Pueyrredon.
Es a partir de ese acontecimiento y hasta la terminación de la gesta americanista que hubieron miles de hombre y mujeres valientes, que se aventuraron a dar todo lo que tenían por el ideal libertario.
La gesta americanista fue síntesis del cambio de época, de reinados en decadencia, de olvidos y de explotaciones, en donde a la desvergüenza de aquellos se le opuso un ideario de libertad, de justicia, de igualdad y fraternidad humana.
Tras ellos se organizaron ejércitos y pensamientos, se eligieron jefes y gobernantes, se alistaron soldados, nacionales y extranjeros, padres e hijos, hombres y mujeres, y se esforzó la sociedad dando lo poco o mucho que podían.
La gesta americanista no está exenta de desencuentros, bajezas, corruptelas, aprovechamientos, pero esas no son las notas que la distinguen, sino el sacrificio de sus mártires y pensadores por dar a luz a la noble y gloriosa nación de las Provincias Unidas del Sud; de aquellos que dieron todo por legar a las generaciones venideras un país digno de ser vivido. Por ello lucharon, empeñaron sus vidas y, muchos de ellos, murieron, sea en la acción bélica o en el intento de llegar hasta el campo de batalla.
La gesta americanista se dio en el llano, en la montaña, en todos los climas y todas las horas hasta merecer el reconocimiento de las naciones, y ciertamente hoy continúa entre nosotros, en muchos aspectos en donde no supimos, no quisimos o no pudimos cumplir acabadamente la aspiración de construir un país igualitario para todos.
Más allá del acierto o de la equivocación del pensamiento de cada uno de nuestros mártires, o de que las balas que los acallaron vinieran de soldados de extranjeros o de sicarios locales, lo cierto es que cada uno de los que ha muerto merece nuestra honra y recordación, y son una razón más por la que redoblar el esfuerzo por forjar la plenitud de las instituciones dadas para gobernarnos, de los derechos de los ciudadanos de expresar con absoluta libertad y respeto sus ideas y de pugnar en la lógica tensión del sistema republicano por hacer de esta nación un país justo.
No es más grave el fallecimiento de Néstor Kirchner que el asesinato a mano de un barrabrava de Matías Ferreyra, por citar al último, pues no me olvido de su tocayo Berardi, ni del pequeño Isidro, ni de las muchas otras víctimas de la negación aceptada de sus legítimos derechos o el desencuentro de los argentinos.
Me duelen sus muertes innecesarias, que son fruto del abandono del ideario fundacional de 1810, del enquistamiento de mafias nacidas al amparo de la prebenda coyuntural, del clientelismo, de la sumisión de los derechos del conjunto a intereses tan particulares como espurios de unos pocos, del contubernio de políticos mal intencionados y peor direccionados, y toda las otras distorsiones de nuestra joven democracia.
Me duele que quienes nos representan, o aspiran a representarnos, no se hagan eco de ese dolor tan legítimo; que comulguen o consientan que con la mafia se gobierna o cogobierna, vive o convive, o cualquier otra condición que haga de nuestra amada Argentina, no un país justo, libre y soberano, sino muchas naciones dentro de un mismo territorio: la nación de la abundancia que se llamó a si misma el granero del mundo; la nación cartonera de la carencia extrema que se cobra a diario una o más vidas de niños y mayores víctimas del hambre, de la droga, del delito, y la ausencia del Estado en políticas de salud, de seguridad, de justicia, de educación, de oportunidades; la nación de los incluidos en el sistema; la nación de los exclasados condenados a vivir en la miseria o tener que migrar del país en busca de horizontes benévolos, producto de políticas basadas en el mero afán de poder y la preferencia de la economía virtual sobre la real; la nación de los que a diario empujan del carro; la nación de los que van a contrapelo del conjunto y ofenden el esfuerzo de todos al vivir y querer vivir como chupa sangres; la nación del respeto y del esfuerzo que concita el reconocimiento de las naciones y que tantos galardones nos ha brindado; la nación de los irrespetuosos que nos degrada a los peores lugares del mundo; la nación de la libertad; la nación de los libertinos; y así la lista de contradicciones se desgrana como en un persistente rosario de aciertos y contradicciones.
No es del caso expresar lo que pienso acerca de tal o cual ítem, sino lo que quiero para mi país.
Quiero que sea uno sólo; que todos trabajemos para hacerlo grande y darle un espacio de oportunidades a cada uno de nuestros connacionales y habitantes venidos de otros lados; que el sistema republicano y democrático se extienda a todos sus confines; que haya reconocimiento por el esfuerzo, exigencia por el derecho y sanción por su quebrantamiento; que haya promoción de oportunidades y respeto por las ideas del otro; que la pasión la pongamos en el trabajo conjunto y no en la desunión; que si hay un ser desamparado haya una acción del conjunto que lo lleve hacia coberturas mínimas de dignidad, de respeto de sus derechos y oportunidades de realización, y que el gobernante no diga que se hizo gracias a él, sino que lo logró gracias a nosotros y nuestro esfuerzo; que si hay una víctima no haya un victimario impune; que si hay una idea y un plan, éstas no se conciban como negación de otras ideas y de otros planes, y que en la concertación nazcan políticas de estado; que si digo yo los demás escuchen nosotros porque mi existencia y pensamiento no los agravia ni ofende; que tengamos partidos políticos que formen idearios, y no sellos que apañan caudillos iluminados; que mi vida sea fruto de la capitalización del esfuerzo propio y el de mis padres, y no el producto de la dádiva del puntero zonal; y así muchas otras cosas que me hagan sentir verdadero orgullo al ver flamear mi bandera; nuestra bandera; la bandera de la más linda de todas las naciones.
El germen de la argentinidad los historiadores lo sitúan en la batalla de Perdriel, librada el 1° de agosto de 1806 entre las fuerzas del Gral. Inglés William Carr Bereford y las milicias organizadas en el Pueblo de Luján, bajo el mando de Juan Martín de Pueyrredon.
Es a partir de ese acontecimiento y hasta la terminación de la gesta americanista que hubieron miles de hombre y mujeres valientes, que se aventuraron a dar todo lo que tenían por el ideal libertario.
La gesta americanista fue síntesis del cambio de época, de reinados en decadencia, de olvidos y de explotaciones, en donde a la desvergüenza de aquellos se le opuso un ideario de libertad, de justicia, de igualdad y fraternidad humana.
Tras ellos se organizaron ejércitos y pensamientos, se eligieron jefes y gobernantes, se alistaron soldados, nacionales y extranjeros, padres e hijos, hombres y mujeres, y se esforzó la sociedad dando lo poco o mucho que podían.
La gesta americanista no está exenta de desencuentros, bajezas, corruptelas, aprovechamientos, pero esas no son las notas que la distinguen, sino el sacrificio de sus mártires y pensadores por dar a luz a la noble y gloriosa nación de las Provincias Unidas del Sud; de aquellos que dieron todo por legar a las generaciones venideras un país digno de ser vivido. Por ello lucharon, empeñaron sus vidas y, muchos de ellos, murieron, sea en la acción bélica o en el intento de llegar hasta el campo de batalla.
La gesta americanista se dio en el llano, en la montaña, en todos los climas y todas las horas hasta merecer el reconocimiento de las naciones, y ciertamente hoy continúa entre nosotros, en muchos aspectos en donde no supimos, no quisimos o no pudimos cumplir acabadamente la aspiración de construir un país igualitario para todos.
Más allá del acierto o de la equivocación del pensamiento de cada uno de nuestros mártires, o de que las balas que los acallaron vinieran de soldados de extranjeros o de sicarios locales, lo cierto es que cada uno de los que ha muerto merece nuestra honra y recordación, y son una razón más por la que redoblar el esfuerzo por forjar la plenitud de las instituciones dadas para gobernarnos, de los derechos de los ciudadanos de expresar con absoluta libertad y respeto sus ideas y de pugnar en la lógica tensión del sistema republicano por hacer de esta nación un país justo.
No es más grave el fallecimiento de Néstor Kirchner que el asesinato a mano de un barrabrava de Matías Ferreyra, por citar al último, pues no me olvido de su tocayo Berardi, ni del pequeño Isidro, ni de las muchas otras víctimas de la negación aceptada de sus legítimos derechos o el desencuentro de los argentinos.
Me duelen sus muertes innecesarias, que son fruto del abandono del ideario fundacional de 1810, del enquistamiento de mafias nacidas al amparo de la prebenda coyuntural, del clientelismo, de la sumisión de los derechos del conjunto a intereses tan particulares como espurios de unos pocos, del contubernio de políticos mal intencionados y peor direccionados, y toda las otras distorsiones de nuestra joven democracia.
Me duele que quienes nos representan, o aspiran a representarnos, no se hagan eco de ese dolor tan legítimo; que comulguen o consientan que con la mafia se gobierna o cogobierna, vive o convive, o cualquier otra condición que haga de nuestra amada Argentina, no un país justo, libre y soberano, sino muchas naciones dentro de un mismo territorio: la nación de la abundancia que se llamó a si misma el granero del mundo; la nación cartonera de la carencia extrema que se cobra a diario una o más vidas de niños y mayores víctimas del hambre, de la droga, del delito, y la ausencia del Estado en políticas de salud, de seguridad, de justicia, de educación, de oportunidades; la nación de los incluidos en el sistema; la nación de los exclasados condenados a vivir en la miseria o tener que migrar del país en busca de horizontes benévolos, producto de políticas basadas en el mero afán de poder y la preferencia de la economía virtual sobre la real; la nación de los que a diario empujan del carro; la nación de los que van a contrapelo del conjunto y ofenden el esfuerzo de todos al vivir y querer vivir como chupa sangres; la nación del respeto y del esfuerzo que concita el reconocimiento de las naciones y que tantos galardones nos ha brindado; la nación de los irrespetuosos que nos degrada a los peores lugares del mundo; la nación de la libertad; la nación de los libertinos; y así la lista de contradicciones se desgrana como en un persistente rosario de aciertos y contradicciones.
No es del caso expresar lo que pienso acerca de tal o cual ítem, sino lo que quiero para mi país.
Quiero que sea uno sólo; que todos trabajemos para hacerlo grande y darle un espacio de oportunidades a cada uno de nuestros connacionales y habitantes venidos de otros lados; que el sistema republicano y democrático se extienda a todos sus confines; que haya reconocimiento por el esfuerzo, exigencia por el derecho y sanción por su quebrantamiento; que haya promoción de oportunidades y respeto por las ideas del otro; que la pasión la pongamos en el trabajo conjunto y no en la desunión; que si hay un ser desamparado haya una acción del conjunto que lo lleve hacia coberturas mínimas de dignidad, de respeto de sus derechos y oportunidades de realización, y que el gobernante no diga que se hizo gracias a él, sino que lo logró gracias a nosotros y nuestro esfuerzo; que si hay una víctima no haya un victimario impune; que si hay una idea y un plan, éstas no se conciban como negación de otras ideas y de otros planes, y que en la concertación nazcan políticas de estado; que si digo yo los demás escuchen nosotros porque mi existencia y pensamiento no los agravia ni ofende; que tengamos partidos políticos que formen idearios, y no sellos que apañan caudillos iluminados; que mi vida sea fruto de la capitalización del esfuerzo propio y el de mis padres, y no el producto de la dádiva del puntero zonal; y así muchas otras cosas que me hagan sentir verdadero orgullo al ver flamear mi bandera; nuestra bandera; la bandera de la más linda de todas las naciones.
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1 comentario:
De la batalla de Perdriel al banco de Hurlingham: ha recorrido un largo camino, muchacho
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